LAS CRUCES Y ENRAMES DE LA CRUZ SANTA

Cuenta la Leyenda que en el año 1.666 y al comienzo del mes de las flores en el Pago de Higa - antigua denominación de La Cruz Santa - un jinete de una hacienda cercana se disponía a cruzar el barranco que actualmente divide este núcleo con el próximo del municipio de La Orotava, cuando su caballo quedó totalmente frenado y se negaba a pasar a la otra orilla. El hacendado golpeó al animal y éste en un acto de rebeldía le tiró de su montura. La sorpresa del señor fue cuando, al recuperarse de la caída, vio que el caballo escarbaba y, entre piedras y arena, descubría una Cruz.

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El jinete, tras este hecho, mandó construir una capilla en el montículo de la Suerte - con el que actualmente se conoce a este lugar - y dejó emplazada allí la Cruz encontrada. Pasaron algunos años y la devoción al Santo Madero dentro del Pago iba creciendo cada vez más, pero en el año 1.713, dicha capilla desapareció a raíz de un gran aluvión, pudiendo ser rescatada no obstante la Cruz. Las gentes de la zona decidieron emplazar en otro lugar la maltrecha capilla y construyeron una ermita, que vino a ser la actual iglesia, para lo que llevaron piedras desde este barranco labradas por los propios fieles y transportadas en carretas o animales de carga cuando iban a misa. Este proceso tardó 35 años en completarse.

Desde entonces, y hace ya algo más de 300 años, la devoción a la Santa Cruz sigue intacta en los corazones de los crusanteros, siendo pocas las viviendas del lugar que no cuentan con su capillita o con su pequeña Cruz puntualmente enramada al llegar las fiestas.

La Cruz Santa quedó dividida en cuatro zonas, debido al reparto de las tierras entre los hijos del primer hacendado, siendo éstas Las dos Puntas (la Punta y la Punta del Muro), el Señorío de Higa y La Cartaya, quedando la nueva ermita en el centro. Se levantaron capillas en cada una de ellas, si bien con el tiempo este número fue aumentando hasta llegar a siete, perteneciendo cada capilla a familias distintas.

Las Cruces de estas capillas eran de un tamaño similar, en torno a un metro y treinta centímetros de altura, y eran de tea (madera de pino canario). En cuanto a las Cruces de las casas, éstas solían ir ubicadas en la habitación que daba a la calle, aunque también en algunas de ellas se colocaban en los patios interiores. Normalmente esta habitación era el dormitorio principal o la sala y tenía una ven tana con unos descansos interiores en forma de asientos individuales.

Los preparativos de la fiesta y de la feria de ganado que durante ella se desarrollaba, comenzaban desde finales del mes de abril cuando se cogía la hierba que iba a servir de alimento al ganado para los tres días de celebraciones, durante los que sólo se les daba de comer y beber. También se recogían flores silvestres y de jardín para empezar con el enrame de las capillas, al tiempo que se preparaban postres para degustar entre los vecinos.

Luego se llevaba el ganado a la zona conocida como el Lomo la Era para hacer los tratos o ventas entre los ganaderos. Estas negociaciones eran de lo más elocuentes, cambiando un animal por otro animal, a no ser que encontraran alguna diferencia, caso en el que se añadía una cabra, trigo, millo (maíz), centeno o la misma hierba seca, hasta que ambas partes se pusieran de acuerdo. Ya a media tarde se iban todos al camino de las dos Puntas y se hacían las clá sicas carreras de burros, mulas y caballos. Era muy grande la concurrencia de las gentes de otros pagos. Las apuestas eran fuertes y siempre sobre los mismos caballos participantes, el que perdía tenía que pagar o dar a cambio terreno. Finalizada la tarde los labriegos volvían a sus casas y hacían lo que se conocía como el descanso de la holgazanería, que consistía en descansar hasta que las celebraciones acababan dos días después.

El día dos por la tarde se reunían las diferen tes familias en la capilla del Lomo la Era y se daba comienzo a “la matazón”, la matanza de los animales para la comida del día y del año, pues la carne se salaba y se repartía para que cada familia la guardara para los meses siguientes. Se cocinaban potajes de coles y se comían entre todas las familias, acompañando los platos con carne de cochino y gofio amasado. También se sacaban los mejores vinos con los que los participantes competían.

Acabada la cena se ponían los postres preparados en las cestas de caña y comenzaban a visitar las Cruces parándose en cada una de las casas para contemplar los enrames, hasta que llegaban a la capilla más cercana a sus casas, momento el que se compartían y se degustaban los pos tres: rolón, tortas de millo y de queso, dulces de frutas, de frutos secos, etc.

Cuando la fiesta comenzaba se elegían a los “alcaldes de capillas”, que eran los representantes de cada zona y que eran a su vez los representantes de las familias propietarias de las capillas. Ese mismo día por la noche, después de la cena, éstos se reunían y elegían al “Siño” entre ellos, que venía a ser el verdadero alcalde de las fiestas y el representante de todos los demás.

Terminadas las visitas, degustados los postres y elegido el “Siño”, se hacían los bailes en la plaza de la ermita y los padres de los jóvenes, sabiendo muchas veces los que se gustaban, o a veces los que se convenían, forma ban parejas entre sus hijos para celebrar las bodas en fechas venideras. Bien entrada la madrugada, los compromisos estaban ya pactados y se proponían al “Siño” las parejas para que les diera su bendición. En este pacto se daba a conocer “la dote” que acompañaría a la futura unión, que por parte de la mujer solía ser casa y terreno, y por parte del hombre, animales y terreno para compensar.

Cuando una pareja que se quería no era aceptada por sus familiares optaban por verse a escondidas. Una de las formas que usaban los jóvenes para que su unión fuera aceptada por los demás era ser vistos en público besándose, algo que forzaba la celebración de la boda, aunque también los obligaba a marcharse a vivir a otros lugares más alejados.

En la mañana del día tres se daban a conocer los ganadores del mejor vino obtenido en la cosecha del año y comenzaba la procesión de la venerada Cruz, que saliendo desde la ermita por la calle Real recorría el pago.

Se podría establecer una imagen general para definir la tipología de una Cruz y de su enrame. Los altares de las capillas estaban hechos de ladrillo y posteriormente se iban cubriendo y pintando. Los de las casas se hacían de madera y no permanecían fijos en la habitación, sino que se colocaban sólo en los días de las fiestas. Todos los altares tenían mantel para los escalones, que normalmente eran cinco, estando los laterales, el fondo y el techo tapizados con tela de color rojizo o morado.

En los enrames se colocaban unas jarras en número par, que se repartían en mayor medida en los laterales de los escalones y en menor medida hacia el centro. En el suelo se colocaba una jardinera principal junto al pie de la Cruz y a los lados nos encontrábamos con las champaneras, donde antiguamente se colocaban las vasijas de barro llenas de flor de mosquita (en otros lugares se conoce con el nombre de lluvia) y que servían para mantener al resto de las flores, ya que no existían las esponjas que se utilizan hoy. Los candelabros de un brazo se colocan en los escalones, de mayor a menor, siguiendo una correspondencia con los brazos de la Cruz, mientras que los de cinco brazos se colocan a los lados y en el suelo.

Un elemento característico es el sudario, que se coloca sobre los brazos de la Cruz, y en cuyos extremos suelen aparecer representadas figuras relacionadas con la pasión, imágenes de Cristo o de la Virgen. Los hay de diferentes formas y materiales pero por lo general suelen ser de seda, bordados o calados. También encontramos algunos que son muy antiguos, y que acompañan a la Cruz y al enrame desde el principio. Otros sin embargo, se han tenido que renovar debido al desgaste y al deterioro del paso del tiempo.

Las flores tienen que tener unas medidas determinadas, evitándose normalmente las que tengan menos de treinta centímetros de alto. Además en su colocación hay que tener en cuenta que cada ramo debe coincidir con el ramo del siguiente escalón y que todos cuenten con el mismo número y tipo de flores.

Se dice que los crusanteros, por lo menos los entendidos en la materia, observan detalladamente los enrames, fijándose detenidamente en la cantidad de flores de los ramos, en la decoración de las jarras y en la colocación de los detalles. Tanto es así que pueden decepcionarse si un ramo, de los que tienen que ser pares, no tiene la misma cantidad de flores o éstas están dispuestas de formas diferente. En la actualidad se enraman más de 50 Cruces en las casas de la Cruz Santa.

Información proporcionada por la oficina de turismo de Los Realejos.