Otros Cuentos
Cuentos infantiles variados.
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- Escrito por: estefy
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Mortimer era un duende que vivía en el lugar más luminoso del bosque. Se especializada en escribir carteles, cartelitos y cartelones. Nadie hacía las letras tan bonitas como él. Gracias a su trabajo, ahora el bosque estaba muy bien señalizado, lleno de carteles para que nadie se perdiera. “Casa de la bruja a diez pasos”, “Pantano oloroso al fondo a la derecha”, “Dragón dormido siguiendo la línea de humo”. Por eso todos apreciaban mucho su trabajo.
Una tarde, muy tarde al volver cansado después de un paseo en el que había disfrutado de los encantos del bosque, se sentó en su silla y miró con atención el interior de su casa. Fue en ese momento cuando se dio cuenta de que no tenía ninguna flor que le diera un poco de belleza a su hogar. No había escrito ni siquiera un pequeñito cartel para colgar en su casa. Además, como no tenía forma de cerrar su puerta la gata y todo su gatitos habían entrado, ya dormían en su cama y se la habían llenado toda de pelos. El duende tuvo que dormir esa noche en el suelo apoyado en su almohadón que, para colmo de males estaba muy viejo y duro.
Por eso, al día siguiente se sentó en su silla y se pregunto:
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Había una vez un rey y una reina que no sabían muy bien su oficio. No hacían más que perder guerras y meter la pata. Acabaron viviendo en una caravana, aparcada junto a un bosque espeso y tenebroso.
Un día la reina le dijo al rey que estaba esperando un hijo.
- ¡Que sea un niño! - ordenó el rey – Cuando crezca será un héroe, se casará con una rica princesa y volveremos a la buena vida.
Pero cuando el hijo nació…¡era una niña!
- No importa – dijo el rey – Cuando crezca será una bella princesa. Yo ofenderé a alguna hada mala, que hechizará a la princesa, y tendrá que venir un rico príncipe a desencantarla. Entonces, todos nos iremos a vivir a su castillo.
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Recursos Educativos - Educación Infantil - Comprensión oral
Recursos educativos - Fichas didácticas
La gallinita roja
Érase una vez una gallinita roja que vivía junto a una granja con tres amigos: un pato, un gato y un cerdo.
Un día, la gallinita encontró unos granos de trigo. Se puso muy contenta y fue corriendo a decírselo a sus amigos. Entró en la casa y encontró al pato, al gato y al cerdo tumbados. Se pasaban casi todo el día durmiendo y nunca se movían de sus lugares favoritos.
La gallinita roja preguntó a sus amigos los animales:
- ¿Quién va a ayudarme a sembrar estos granos de trigo que he encontrado?
- Yo no- dijo el pato- y siguió durmiendo.
- Yo no- dijo el gato- y siguió durmiendo.
- Yo no- dijo el cerdo- y siguió soñando.
- Entonces lo haré yo- dijo la gallinita roja.
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Cuento infantil ideal para utilizarlo en la unidad de la alimentación sobre la importancia del desayuno
Bernarda era la jirafa más coqueta de la selva. Todas las mañanas, cuando se levantaba, adornaba su largo cuello con collares de flores de muchos colores y disfrutaba de su rico desayuno: una gran ensalada de hojas frescas que acompañaba con sorbitos de agua cristalina. Después de desayunar; se cepillaba a conciencia los dientes.
Vivía en la selva, rodeada de muchos árboles, cerca de un hermoso río.
Cierto día, el sol asomaba resplandeciente y, después de desayunar y lavarse los dientes, tuvo muchas ganas de salir a jugar.
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Cada día, cuando don Zorro se encontraba con su nueva vecina, la Cigüeña, la saludaba cortésmente.
Pasado un tiempo los dos se hicieron muy amigos.
Un día don Zorro, para celebrar su amistad, invitó a comer a la Cigüeña.
La recibió con gran entusiasmo y la hizo pasar al comedor. Tras charlar un rato se dispusieron a comer.
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Corría el año equis, ve, i, ¡oh,oh....!, parece que no se lee así, creo que esa clase me perdí. Bueno, sólo se que ha pasado mucho, muchos años, cuando esta historia ocurrió
Han contado las malas lenguas y ahora la mía lo repite, que en un viejo castillo vive, un gran Conde que algo esconde, que nadie nunca supo donde.
Tantas historias de desventuras, mucha intriga me causó, que por los caminos me envió, para ahora vivirlas yo.
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Periquín vivía con su madre, que era viuda, en una cabaña del bosque. Como con el tiempo fue empeorando la situación familiar, la madre determinó mandar a Periquín a la ciudad, para que allí intentase vender la única vaca que poseían. El niño se puso en camino, llevando atado con una cuerda al animal, y se encontró con un hombre que llevaba un saquito de habichuelas.
-Son maravillosas -explicó aquel hombre-. Si te gustan, te las daré a cambio de la vaca.
Así lo hizo Periquín, y volvió muy contento a su casa. Pero la viuda, disgustada al ver la necedad del muchacho, cogió las habichuelas y las arrojó a la calle. Después se puso a llorar.
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Pedro estaba en la esquina muy atento mirando el semáforo para poder cruzar la calle, cuando de repente le pareció que el hombrecito rojo del semáforo le hacía un gesto.
“Me parece que comí muchas papas fritas y me cayeron mal”, pensó Pedro.
Miró otra vez, y se dio cuenta de que no tenía visiones, el hombrecito de arriba lo estaba llamando, y con el dedito diminuto le decía que se acercara.
“Debe andar mal el semáforo”, pensó Pedro, e intrigado se acercó para ver mejor. Entonces fue cuando el muñequito por fin le habló:
-Estoy muy aburrido, ¿no quieres charlar un ratito?, dijo el muñequito.
Pedro abrió los ojos grandes como dos huevos...
“¡No lo puedo creer! ¡¡Me habla!! No, ya sé -pensó-, alguien me está haciendo una broma.” Miró para todos lados pero no había nadie por allí, solo él y el hombrecito rojo del semáforo.
-Vamos, antes de que venga el verde cuéntame algo, Pedro –replicó el hombrecito rojo.
-¿Realmente me estás hablando a mí? –dijo Pedro.
-Sí. Ay, me voy, me voy, ¡chau, chau! –y titiló hasta que desapareció.
Entonces se iluminó el otro, el verde, mientras gritaba a todos los peatones: – ¡Vamos, vamos, pasen, pasen todos! ¡Vamos, rápido! ¡Hey! ¿Y tu no cruzas, Pedro? ¡Vamos, rápido que me voy! Me voy, listo, ¡chau!” –dijo el hombrecito verde, y desapareció.
Pedro no lo podía creer. Claro, nunca le había prestado tanta atención al semáforo de peatones. ¡Qué se iba a imaginar él que los muñequitos hablaban!
-¡Vamos! ¡Ahora es el momento! Vamos que los espero, crucen, crucen... Bueno... ¡Se acaba el tiempo! ¡Crucen rápido! ¡Chau, chau! ¡Me voy! –dijo el verde.
Toda la gente había cruzado ordenadamente y un señor miró a Pedro como preguntándole qué hacía que no cruzaba. Pero Pedro estaba tan entretenido con el hombrecito rojo que se quería quedar para charlar un rato más.
-¡Eh! ¿Todavía aquí? Bueno, pero ahora no puedes cruzar porque aparecí yo, charlemos de nuevo –dijo el rojo.
En ese momento, Pedro vio que venía un muchacho caminando deprisa, sin ganas de esperar el semáforo.
-¡Eyyyy! ¡Para! –gritó el muñequito rojo, pero el chico no lo escuchó y se puso a cruzar la calle.
¡No se imaginan el desparramo que se armó! Venían varios coches y, para no atropellar al muchacho, el primero frenó de golpe y los de atrás comenzaron a chocarlo ¡y se armó un lío bárbaro!
-¡Ayyy! ¡¡Viste que te dije!! –le dijo el muñequito rojo a Pedro, mientras desaparecía, para darle paso al verde.
-¡Uy! ¡Qué desastre! –dijo el verde-. ¡Por qué no esperó un poquito hasta que apareciera yo!
Pedro vio llegar las ambulancias, gente enojada, gente triste, coches rotos y el susto en la cara del muchacho que nunca se olvidaría de aquel día.
Los hombrecitos del semáforo siguieron haciendo su trabajo de aparecer, desaparecer y cuidar a las personas. Y aunque algunos todavía no les presten la atención que merecen, ellos siguen trabajando incansables para nuestra seguridad.
FIN
Gracias a Mónica de Argentina por mandarnos este cuento
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