Hace muchos años en el país de las plantas vivían plantas y animales.

Vivían palomas en sus nidos, gorriones, calandrias, hormigas que subían y bajaban, y cantidad de bichitos, sobre y debajo de las plantas. Hasta que llegaron dos hombrecitos y cortaron todas las plantas. Echaron a las palomas, a las calandrias, a los gorriones, a las hormigas y a todos los bichitos que vivían sobre y de bajo de las plantas. Y ya no se llamó más el país de ls plantas. Lo llamaron el país de los hombrecitos. Antes, al salir el sol, el país de las plantas se llenaba de luces y sombras... Pero ahora, que ya no quedaba ni una sola planta, los hombrecitos tuvieron que fabricar sombrillas para tener sombra. Pero como ni a las calandrias, ni a los gorriones, ni a las palomas les gusta hacer nidos en una sombrilla ni pararse a cantar sobre una sombrilla, los señores tuvieron que fabricar aparatos para oír cantos y música.

Pero como las sombrillas no dan flores... Los hombrecitos... tuvieron que fabricar flores plásticas, que no tenían perfume, ni polen, ni bichitos, aunque eran bastante hermosas. Pero como a esas flores no llegan abejas no tuvieron miel.

Entonces los hombrecitos necesitaron fabricar... ¡NOOOO! Miel, no supieron fabricar. Pero hicieron caramelos muy dulces. Después, los hombrecitos vieron que las sombrillas no daban frutos. No tuvieron manzanas, ni melocotones, ni peras, ni naranjas, ni cerezas. Y las hicieron del mismo material con el que habían hecho las flores. ¡Eran muy lindas!

Pero ¡no pudieron comérselas! Tanto tuvieron que hacer los hombrecitos en el país de las plantas, para que fuera el país de los hombrecitos, que se cansaron. Y se durmieron.

Durmieron tanto, tanto que mientras dormían las plantas volvieron a crecer. Y volvieron también los pájaros que se habían ido. Y las hormigas y los bichos que antes vivían sobre y debajo de las plantas.

Los dos hombrecitos, cuando se despertaron, se encontraron otra vez en el país de las plantas. Como el primer día. Pero no quisieron empezar de nuevo.

Y... colorín colorado...

R. Bertolino