
Recursos Educativos - Poesías Infantiles
Memorias del Circo - Ramón López Velarde (1888-1921, México)
Los circos trashumantes,
 de lamido perrillo enciclopédico
 y desacreditados elefantes,
 me enseñaron la cómica friolera
 y las magnas tragedias hilarantes.
 El aeronauta previo,
 colgado de los dedos de los pies,
 era un bravo cosmógrafo al revés
 que, si subía hasta asomarse al Polo
 Norte, o al Polo Sur, también tenía
 cuestiones personales con Eolo.
 Irrumpía el payaso
 como una estridencia
 ambigua, y era a un tiempo
 manicomio, niñez, golpe contuso,
 pesadilla y licencia.
Su polvorosa apariencia toleraba
 tenerlo por muy limpio o por muy sucio,
 y un cónico bonete era la gloria
 inestable y procaz de su occipucio.
 
 Amábanlo los niños
 porque salía de una bodega mágica
 de azúcares. Su faz sólo era trágica
 por dos lágrimas sendas de carmín.
 
 El payaso tocaba a la amazona
 y la hallaba de almendra,
 a juzgar por la mímica fehaciente
 de toda su persona
 cuando llevaba el dedo temerario
 hasta la lengua cínica y glotona.
 Un día en que el payaso dio a probar
 su rastro de amazona al ejemplar
 señor Gobernador de aquel Estado,
 comprendí lo que es
 Poder Ejecutivo aturrullado.
 
 ¡Oh remoto payaso: en el umbral
 de mi infancia derecha
 y de mis virtudes recién nacidas
 yo no puedo tener una sospecha
 de amazonas y almendras prohibidas!
 Estas almendras raudas
 hechas de terciopelos y de trinos
 que no nos dejan ni tocar sus caudas...
 Los adioses baldíos
 a las augustas Evas redivivas
 que niegan la migaja, pero inculcan
 en nuestra sangre briosa una patética
 mendicidad de almendras fugitivas...
 
 Había una menuda cuadrumana
 de enagüilla de céfiro
 que, cabalgando por el redondel
 con azoros de humana,
 vencía los obstáculos de inquina
 y los aviesos aros de papel.
 Y cuando a la erudita
 cavilación de Darwin
 se le montaba la enagüilla obscena,
 la avisada monita
 se quedaba serena.
 como ante un espejismo,
 despreocupada lastimosamente
 de su desmantelado transformismo.
 
 La niña Bell cantaba:
 «Soy la paloma errante»;
 y de botellas y de cascabeles
 surtía un abundante
 surtidor de sonidos
 acuáticos, para la sed acuática
 de papás aburridos,
 nodriza inverecunda
 y prole gemebunda.
 
 ¡Oh memoria del circo! Tú te vas
 adelgazando en el frecuente síncope
 del latón sin compás;
 en la apesadumbrada
 somnolencia del gas;
 en el talento necio
 del domador aquel que molestaba
 a los leones hartos, y en el viudo
 oscilar del trapecio...
Enviado por Inés, educadora infantil, desde Las Palmas de Gran Canaria.
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