princesa guisante

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La princesa y el guisante - Hans Christian Andersen 1805-1875

Érase una vez un príncipe cuya madre insistía una y otra vez en que debía casarse. El joven príncipe era apuesto e inteligente pero pese a eso había alcanzado la treintena sin encontrar una princesa con la que contraer matrimonio. El problema era que la vieja reina era muy estricta con la elección de la futura princesa y no estaba dispuesta a casar a su hijo con una princesa cualquiera. Ella quería que se casara con una princesa de verdad.

- Ya tienes treinta años hijo mío. ¡Treinta! ¿A qué esperas para casarte?

- Nunca encuentro a la candidata adecuada madre, vos sois quien rechaza a todas las princesas que os presento.

- Ay hijo, cuando lo entenderás. Tu madre sólo desea para tí lo mejor. Debes casarte con una princesa de verdad, no quiero impostoras en mi reino.

La reina mandó a su hijo a recorrer los siete reinos en busca de la princesa perfecta, pero cada vez que regresaba a casa con una candidata la reina encontraba un motivo por el que rechazarla. Demasiado alta, demasiado baja, muy habladora, demasiado silenciosa… El príncipe estaba convencido de que nunca encontraría a la candidata perfecta para su madre.

Una noche se desató una tormenta terrible y de forma inesperada y en medio de la tempestad llamaron a la puerta de palacio. Era una joven llena de barro y mojada que pese a su aspecto decía ser una princesa de verdad.

La reina no la creyó pero pese a eso accedió a que se quedara y sin decirle nada colocó un diminuto guisante debajo de decenas de colchones en la cama en la que debía dormir.

- Seguro que ni se entera, pensó.

A la mañana siguiente el príncipe y la reina esperaban a que la muchacha se despertara.

- Buenos días princesa, dijo en tono burlón la reina

La princesa y el guisante- Buenos días mi reina. Espero que hayáis descansado mejor que yo

- Oh vaya, ¿habéis dormido mal acaso?

- Ha sido horrible. En mi colchón había algo duro como una piedra que no dejaba de molestarme.

Al oír su respuesta supieron que la joven no mentía, ya que sólo una princesa de verdad podía ser lo suficientemente sensible como para notar el guisante debajo de todos los colchones.

El príncipe y la joven contrajeron matrimonio y la reina fue feliz porque por fin supo que había encontrado a una verdadera princesa para su hijo.