
Recursos Educativos - Poesías Infantiles
El Abanico de la Verdad
En un lugar de Castilla
 habitaban Olga y Rosa.
 Olga era fina y hermosa
 altiva y vanidosilla.
 En cambio, su hermana Rosa,
 era modesta y sencilla
 y aunque algo fea y chatilla,
 era también muy graciosa.
A una anciana que vivía
 en la más triste pobreza,
 Rosa, llena de terneza,
 su soledad socorría
 con su dulce compañía.
Cuidaba de su alimento,
 le daba abrigo y calor.
 La ancianita, a tanto amor,
 mostraba agradecimiento,
 con lágrimas de contento.
Mas su hermana al regresar,
 siempre decía esta frase:
 -¡Tú sólo debes tratar
 con gente de nuestra clase,
 con pobres, no has de alternar!
En una triste mañana
 falleció la pobre anciana
 y a Rosa, mientras moría,
 le dijo -Yo te duplico
 que aceptes este abanico
 y úsalo, en memoria mía.
 Yo sé por qué te lo indico...
 Tú lo sabrás algún día.
Olga, con impertinencia
 se burló: -¡Pues vaya herencia!
 ¡Si es muy viejo y sin valor.
 -Eso hermana, no te importe;
 yo pienso usarlo, en su honor,
 en la fiesta de la corte.
Y así cuando Rosa entraba
 en el palacio real,
 el abanico llevaba
 junto al finísimo chal,
 sin saber que aquel guardaba
 en sí, un poder misterioso.
 Y ocurrió algo asombroso:
Cuanto más se abanicaba
 su rostro se transformaba
 a blanco y hermoso.
 Y al verla humilde y juiciosa,
 todos los nobles varones,
 quisieron bailar con Rosa,
 valses, polkas, rigodones...
 fascinados por sus dones.
Y tuvo tanto éxito, tanto,
 que hasta un príncipe bailó
 con Rosa, y al ver su encanto,
 su alma pura adivinó,
 y de ella se enamoró.
Sospechando Olga, envidiosa,
 que podía, el abanico
 convertirla en más hermosa
 pensó que el príncipe rico
 la preferiría a ella,
 pues si ahora era ya, bonita,
 con su poder, la más bella
 sería y la favorita.
Quitándoselo a su hermana,
 con él, se fue al baile, ufana
 ¡Y sabéis qué le ocurrió?
 Cuanto más se abanicaba
 su cara también cambiaba,
 pero fea se tornó.
 Y pasó la recepción
 olvidada en un rincón.
Olga, al verse, despechada,
 del abanico burlada,
 lo rompió en casa, furiosa,
 sin hacer caso de Rosa,
 que sollozaba angustiada.
Pero atendiendo su duelo,
 unos ángeles del cielo
 que mandó la buena anciana,
 lo dejaron arreglado.
 Y Rosa, por la mañana,
 pensó: -¿Lo habré yo soñado?
Y la fecha señalada
 de la boda, llegó al fin
 entre el príncipe y su amada.
 Fue Rosa muy festejada
 y muy lucido el festín.
¿Del abanico el poder,
 queréis ahora saber?
Su abaniqueo, a la fea
 no la convierte en bella,
 pero logra que se vea
 en su rostro, la verdad:
 que salga el alma a la cara
 desde su luz interior,
 si el alma es buena: luz clara;
 si es mala sin resplandor.
El alma buena de Rosa
 la hizo serena y hermosa.
 Pero a Olga, su alma oscura,
 la convirtió en fea y dura.
Hasta que al fin comprendió
 que es del cuerpo la hermosura,
 cualidad que no perdura;
 y su soberbia enmendó.
 Así, con el alma pura,
 pronto marido encontró
 y con el paz y ventura.
Enviado por Inés, educadora infantil, desde Las Palmas de Gran Canaria.
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