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La estatua

¡Hola! soy una estatua. Sí, ya sé que tú sabes que las estatuas no hablan, pero tampoco hablan los lobos ni los muñecos de madera y a ti no te sorprende que el lobo de Caperucita y Pinocho hablen de lo lindo.

¡Quiero irme de esta plaza! Claro, las estatuas no estamos hechas para andar de un lado para otro, pero yo ya tengo experiencia, porque antes no estaba aquí. Antes vivía encima de un pedestal bajito, de cristal, en el jardín de una plaza chiquitita de un barrio antiguo. Allá la gente se conocía y se saludaba por la calle. ¡Algunos hasta sabían quién era yo!
Pero ahora vivo aquí arriba, en medio de una isla, rodeada de coches que cruzan a toda velocidad. Sólo oigo sus ruidos y huelo su combustible.

Tengo una vista un poco más amplia, pero mucho menos interesante y me aburro como una estatua. Sí, ya sé que soy una estatua, pero antes me lo pasaba muy bien.

Oye, por cierto, ¿tú no sabrás de alguna plaza pequeña y tranquila con árboles donde les haga falta una estatua para que se poden las palomas?